Apuntes sobre

Juan José

Arreola

Ana Corvera

   
 

Para muchos de nosotros la enunciación del nombre ya tiene un significado: Juan José Arreola, quien escribió Varia invención, La Feria, Confabulario; el hombre que aparecía en televisión y declamaba en programas de índole cultural y hasta deportiva. Tal vez entre ustedes, lectores, haya un afortunado que asistió a la ceremonia de 1999 en el Instituto Cabañas donde, de viva voz, Arreola se supo hijo predilecto de Jalisco, del país. Y es que para él la libertad del lenguaje fue como una herencia ganada a pulso que le permitió construir tantos mundos posibles de los que su tierra, Zapotlán el Grande, era el punto de partida. El linaje de artesanos que le antecede, los herreros desde el lazo materno, los carpinteros desde el paterno, le enseñaron la dedicación que requiere una obra de arte. A ello sumó su gusto por la comedia y la actuación, pero sobre todo un exacerbado amor a la palabra oral y escrita, que le merecieron el apelativo de “el último juglar”, el último contador de cuentos que emergían tan naturales como las hojas de las ramas.

Lenguaje artesanal en la vida cotidiana

Quienes estuvieron cerca de Juan José Arreola, como la académica Sara Poot, lo recuerdan siendo un hombre inmerso en el arte. El hecho de contar no se limitaba a un oficio, sino que la creación de historias dominaba todas las áreas de su vida, al grado de ser, él mismo, un personaje teatral que estaba al servicio de las narraciones que escuchaba e inventaba. En el primer texto del libro Confabulario, el escritor se presenta a sí mismo, en un acto sin precedentes para la literatura nacional. El narrador, que es él y no un intermediario, da cuenta de sus primeros años en Zapotlán y de su formación autodidacta. Convirtiendo la realidad en ficción o viceversa, Arreola nos sitúa bajo el cielo azul de la provincia jalisciense y nos hace escuchar, junto a él, las palabras de los campesinos y las canciones populares, al mismo tiempo que nos confiesa la lectura de escritores extranjeros y la influencia que ejercieron sobre la conformación del mundo arreoleano: Giovanni Papini, Marcel Schowb, Walt Whitman y Charles Baudelaire.

“Nací el año de 1918, en el estrago de la gripa española, día de San Mateo Evangelista y Santa Ifigenia Virgen, entre pollos, puercos, chivos, guajolotes, vacas, burros y caballos. Di los primeros pasos seguido precisamente por un borrego negro que se salió del corral” (Arreola, 1999, p. 5), dice Arreola, atribuyendo a ese borrego descarriado una angustia permanente por encontrar explicaciones. En medio de los labios del narrador estuvieron la pregunta y sus posibles respuestas, el comentario agudo, la construcción de edificios visibles sólo para el imaginante. Arreola le dio oralidad a la palabra para ser leído y escuchado a la vez. Intuyó la necesidad del fragmento, de la brevedad, para no perder la atención de su lector-oyente. Pablo Neruda, Jorge Luis Borges, Emmanuel Carballo y la misma Sara Poot, reconocieron en la inteligencia viva de Arreola una facilidad notable para pulir sus propias palabras antes de enunciarlas, de manera que ese trabajo artesanal que admiraba, se sumó a la capacidad dramática y lo puso todo al servicio de la palabra, a la que supo inagotable y a veces ajena:

 

he dedicado todas las horas posibles para amar (la literatura). Amo el lenguaje por sobre todas las cosas y venero a los que mediante la palabra han manifestado el espíritu, desde Isaías a Franz Kafka. Desconfío de casi toda la literatura contemporánea. Vivo rodeado por sombras clásicas y benévolas que protegen mi sueño de escritor. Pero también por los jóvenes que harán la nueva literatura mexicana: en ellos delego la tarea que no he podido realizar. Para facilitarla, les cuento todos los días lo que aprendí en las pocas horas en que mi boca estuvo gobernada por el otro. (1999, p. 6)

 

Intereses temáticos

 

El volumen de cuentos Confabulario se considera su obra maestra, pues compila las narraciones más redondas y acabadas, a decir de la crítica y del propio autor. Al inicio, Arreola deja claras sus intenciones: “sólo me gustaría apuntar que confabulados o no, el autor y sus lectores probables sean la misma cosa. Suma y resta entre recuerdos y olvidos, multiplicados por cada uno” (1999, p. 7), de manera que cada uno de los cuentos va en pos de la complicidad de quien los lee. Algunos de los temas de interés son Jalisco, especialmente sus pueblos, la modernidad, la figura femenina y la religión. La estética se basa en una fina ironía, la precisión del lenguaje y el extrañamiento de nuestra propia lógica, al grado de que cuando nos la devuelve ya es distinta, repleta de significados inagotables (Brescia, Revista Tierra Adentro 93, p. 54).

En “Parturient montes” y “El guardagujas”, los protagonistas son los habitantes de la provincia, que, en el primer caso, se concentran en la voz de un contador de cuentos que se siente asediado por sus coterráneos para que se les narre una nueva versión de la historia de su pueblo, demostrando la importancia de la juglaría y de la crónica para el ser humano. En el segundo caso el protagonista es un guardagujas, quien dice como verdades todos los mitos que giraban en torno al ferrocarril, a un viajero con urgencia de llegar a su destino:

 

Pero hay otros tramos en que faltan ambos rieles; allí los viajeros sufren por igual, hasta que el tren queda totalmente destruido (…) Mire usted: la aldea de F. surgió a causa de uno de esos accidentes. El tren fue a dar en un terreno impracticable. Lijadas por la arena, las ruedas se gastaron hasta los ejes. Los viajeros pasaron tanto tiempo juntos, que de las obligadas conversaciones triviales surgieron amistades estrechas. Algunas de esas amistades se transformaron pronto en idilios, y el resultado ha sido F., una aldea progresista llena de niños traviesos que juegan con los vestigios enmohecidos del tren. (Arreola, 1999, p. 16)

 

            El relato del misterioso hombre cobra tal verosimilitud que el viajero cree fielmente en que se quedará largo tiempo esperando la llegada del tren en esa estación o, si tiene suerte, abordará un vagón pero serán pocas sus esperanzas de llegar a donde le esperan. La ficción dura hasta que se oye llegar la locomotora y el guardagujas desaparece. En este, que es quizá uno de los cuentos más conocidos de Arreola, la exageración de un fenómeno real, es decir las carencias del transporte mexicano, se convierten en un mundo imaginario donde es posible morir aplastado por el resto de los ansiosos pasajeros, o llegar a una comunidad falsa debido a engañosos letreros con el nombre de los pueblos. La agudeza del narrador hace posible creer que el hombre está a merced de un destino marcado por la máquina; de ahí el interés del escritor por la modernidad, en mancuerna definitiva con lo mecánico. Los relatos “Baby H.P.” y “Anuncio” están escritos en forma de promocionales, dichos en televisión o por un merolico ofreciendo aparatos para convertir la hiperactividad de los niños en energía eléctrica para uso doméstico y hasta comercial, y mujeres a la medida llamadas “plastisex”, aptas para solteros, marinos, militares, y todo aquel que sea desafortunado en el amor, muy exigente con la apariencia femenina, la higiene y tenga obsesión en cumplir cualquier metáfora en su amada: “Si usted quiere y dispone de recursos suficientes, ella puede tener ojos de esmeralda, de turquesa o de azabache legítimo, labios de coral o de rubí, dientes de perlas y... etcétera, etcétera. Nuestras damas son totalmente indeformables e inarrugables, conservan la suavidad de su tez y la turgencia de sus líneas, dicen que sí en todos los idiomas vivos y muertos de la tierra, cantan y se mueven al compás de los ritmos de moda.” (1999, p. 41) La mujer de carne y hueso que para Arreola es, según el crítico Emanuel Carballo, un “símbolo de enajenación, dolor y muerte” (1999, p. 2), tiene, no obstante, su lugar, pues la sustitución de lo animado por lo inanimado, se propone como la libertad de una mujer para que deje su obligación de complacer al hombre y se dedique a “desarrollar sus posibilidades creadoras hasta un alto grado de perfección.” (1999, p. 43)  

            En otros cuentos incluidos en Confabulario como “Eva”, “Pueblerina” y “Parábola del trueque” la figura femenina tiene un papel crucial, pues es motivo de debate entre posturas históricas y modernas. Por un lado aparece como posible iniciadora de la humanidad en tanto dadora de vida y posible ser con ambos sexos en un tiempo mítico. La masculinidad habría aprovechado un descuido biológico para separarse de ella. Por otro lado la mujer es una engañadora silenciosa que hace crecer cuernos imaginarios en la frente de su marido y una compañera que se deteriora con los años y provoca cambiarla por un “modelo nuevo” a grito de “cambio esposas viejas por nuevas”, si no fuera por la compasión, la imposición religiosa y la desconfianza ante lo desconocido. En el cuento “Parábola del trueque” quienes cambiaron a su mujer vieja y morena por una joven rubia, sufrieron las consecuencias de un engaño. En este texto Arreola juega con el concepto original de la parábola, cuya intención es primordialmente didáctica, de carácter religioso. Aunque el protagonista siempre se queda con su esposa, no niega la tentación de cambiarla. Es un héroe que sale dañado luego de cumplir su hazaña.

            La religión tiene un papel importante en la literatura de Arreola. Una serie de cuentos contenidos en Confabulario como “En verdad os digo”, “Pablo”, “El converso”, “Un pacto con el diablo” pero sobre todo “El silencio de Dios” hacen del discurso moral, es decir, del debate entre el bien y el mal, materia para la ficción. Este último cuento destaca entre los demás por su carácter epistolar y por el diálogo entre el hombre que cuestiona y una figura omnipresente e invisible que contesta. Lejos de pedir favores o de recriminar su ausencia, el hombre escribe desde su dolor e incertidumbre y pregunta por qué la naturaleza del bien es tan débil y en cambio es tan fácil hacer el mal. Dios, sorprendido por la sinceridad, aconseja la calma abrazando cualquier religión, además de la observación detenida de lo pequeño, de los detalles cotidianos, pues es ahí donde se encuentra el milagro. Ante la declaratoria del hombre como Dios de su propio mundo intelectual en la narrativa de Borges y la muerte de una figura divina para Nietzsche, Arreola propone a un Dios que confía en su creación y, por tanto, también se equivoca. No castiga ni impone, sino que puede tenerse una relación personal con él, aunque seguirá sin dar muestras evidentes de su existencia y sin contestar los misterios terrenales.

            La imaginación de Juan José Arreola nació en su tierra, cobijada por su familia y de la mano de sus creencias. De ahí comenzó a expandirse en espiral y fue capaz de dudar y proponer alternativas, no sólo a los tópicos de su tiempo, sino a los intereses profundamente humanos. El narrador se dedicó a explorar las relaciones humanas, las angustias existenciales y erigió su propio imperio de palabras. Su vida marcó un eje, sus libros, sus apariciones públicas y su enseñanza a nuevas generaciones de escritores, fueron el compás. Nosotros, como lectores y escuchas, cumplimos la misión eterna de dicha espiral, que no es más que expandirse entre las generaciones que, como ahora, evocamos al escritor para llegar a su obra, en un trazo infinito que se traza cada vez con mayor fuerza. 

Referencias

 

Arreola, J.J. (1999). Confabulario. México: Planeta.

Arreola J.J. (2002). Bestiario/Varia invención. México: FCE.

Brescia, P. (S. F.). “Dios entre  Arreola y la literatura fantástica”. Revista Tierra Adentro #93. México.

Del Paso, F. (2005). Memoria y olvido de Juan José Arreola. México: FCE.